Si
has alcanzado el éxito usando tus habilidades naturales entonces
tendrás que afrontar la frustración al fracasar por tus defectos. Confía mejor
en el Espíritu Santo.
Intentemos hacer una reflexión entre lo que dice la psicología en su definición de los temperamentos y entre lo que dice la Biblia al respecto:
"El temperamento es la peculiaridad e
intensidad individual de los afectos psíquicos y de la estructura dominante de
humor y motivación. El término proviene del latín temperamentum:
‘medida’. Es la manera natural con que un ser
humano interactúa con el entorno. Puede ser hereditario y no influyen
factores externos (sólo si esos estímulos fuesen demasiado fuertes y
constantes); es la capa instintivo-afectiva de la personalidad, sobre la cual
la inteligencia y la voluntad modelarán el carácter (en el cual sí influye el
ambiente); ocupa también la habilidad para adaptarse, el estado de ánimo, la
intensidad, el nivel de actividad, la accesibilidad, y la regularidad; el temperamento es la naturaleza general
de la personalidad de un individuo, basada las características del tipo de
sistema nervioso.
El temperamento está relacionado con la influencia endocrina (que se debe a los
genes, y que se manifiesta en determinados rasgos físicos y psicológicos). El temperamento y el carácter definen la
personalidad del ser humano; y la diferente combinación e intensidad
que éstos se manifiesten en sus diferentes áreas, nos hacen únicos y humanos.
Los temperamentos o el temperamento
es el rasgo descriptivo del estilo de actuar que nos distingue de los demás
como únicos e irreemplazables, de modo que podamos armonizar con ellos." [Tomado de Wikipedia]
¿Cómo
me justificaría ante Dios cuando este me pidiera cuentas de lo que me mandó a
hacer si yo me justificara por mi temperamento natural? ¿Le diría que no las
hice porque soy temeroso?, ¿o que no perdoné porque mi temperamento es de las
personas que se resiente por todo? ¿le diría que soy del signo «Libra» y que
los de ese signo «somos así»? ¿Le diría a Dios que logré mis objetivos pasando
por encima de las personas?, ¿Cómo le diría que me distraje en el camino porque
mi temperamento es de los que rara vez terminan lo que empiezan?
Todo
esto es inconcebible para mí… ¡Me niego a vivir así!
Si
me predispongo a vivir y a creer que sólo cuento con las fortalezas y
debilidades heredadas de mi temperamento, o las cualidades y defectos de un
signo zodiacal, si esa es mi creencia entonces, viviré por la fuerza de mi
carne y no con la ayuda del Espíritu Santo que me ayudará a dar fruto, porque
asumiría que mis debilidades son incorregibles y no existiría la obra
transformadora del Espíritu Santo en mí.
Creo
que al producir el fruto del Espíritu en mí, cada cualidad de ese fruto
superarán mis debilidades sea cual fuere mi temperamento. He decidido cada vez
que enfrente una de mis debilidades someter mi vida al Señor, sé que cuando le
presente cada una de ellas él no me dirá: "no puedes hacerlo porque eres
distraído de nacimiento", o "no te puedo escoger para una obra grande
porque nunca la vas a terminar".
Mis
nuevos hábitos basados en la palabra de Dios y en mi relación con el Espíritu
Santo vencerán la mayor parte de mis debilidades.
El hombre de la parábola fue dominado por su temperamento natural, ni
siquiera fue por el adulterio, ni la inmundicia sino por un simple temor, una
debilidad no puesta en las manos del Señor, no es necesario operar en las obras
de la carne para ser un perdedor, sólo es necesario dejarse llevar por la
naturaleza caída:
«Y manifiestas son las obras de la
carne, que son: adulterio,
fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías,
enemistades, pleitos, celos,
iras, contiendas, disensiones,
herejías, envidias, homicidios, borracheras,
orgías, y cosas semejantes a
estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no
heredarán el reino de Dios.»
(Gálatas 5:19-21)
En
la parábola de los talentos puedo ver que si
intento servir a Dios tomando como base mi naturaleza humana, terminaré
justificando mis fracasos y debilidades. Si digo que mi temperamento es mi
única fortaleza pero también mi debilidad ¿dónde entonces está la fuerza del
Espíritu? Al hablar de esa manera sólo reconocería que estoy caminando a mi
propia fuerza. En vez de justificar mis debilidades por mi temperamento, he
decidido someterlas a la obediencia al Señor. No desconozco la existencia de
estos temperamentos, pero Debo someter las debilidades de mi temperamento o de
mi carne a la obediencia a Cristo:
«Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; porque las armas
de nuestra milicia no son carnales, sino
poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y
toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la
obediencia a Cristo» (2 Corintios 10:3-5)
No
puedo ser transformado sin su presencia, Dios me llena para ser portador de su
presencia donde quiera que vaya. Dios
no me dio su santo Espíritu porque fuera un santo,
sino para que llegara a serlo, sin su presencia es imposible alcanzar la
santidad. ¿Por qué es esto así?, más adelante el mismo salmo dice:
«¿A dónde podría alejarme de tu
Espíritu? ¿A dónde podría huir de tu
presencia? Si subiera al cielo, allí
estás tú; si tendiera mi lecho en el
fondo del abismo, también estás allí.
Si me
elevara sobre las alas del alba, o me estableciera en los extremos del mar, aun
allí tu mano me guiaría, ¡me sostendría tu mano derecha!»
Salmo 139:7-10
¿Por
qué huir de la presencia y buscar escondederos si fuera justo? Porque es la
presencia del Espíritu la que nos hace sentir indignos, es
su santidad la que nos convence de pecado, justicia y juicio.
El
deseo del Espíritu de Dios de concederme la unción sobrepasa mi deseo de
tenerla. Mi tiempo de oración no tiene proporción con el precio que Jesús pagó
en la cruz. Dios quiere darme tanto la unción que cualquier cosa que yo haga
queda pequeña frente al deseo de él de ungirme. La unción del Señor no es el
producto de lo que haga por obtenerla, sino del intenso deseo de Dios de
dármela. Siendo un tesoro de incalculable valor me la dará si la deseo y
aprecio.
El profeta Isaías sufrió la transformación antes de poder decir "heme aquí envíame a mí", su boca, todo su ser cambió. Al estar en su presencia sintió un miedo de muerte y su pecado fue revelado.
Se ve con claridad el proceso: la presencia de Dios lo rodeó, un ser angelical bajo del trono de Dios y tomó un carbón encendido para transformarlo. No lo rodeó porque su caminar fuera perfecto, sino para que pudiera serlo.
Las
personas transformadas por el Espíritu Santo son gente de oración que mantienen
la comunión e intimidad con él. No sólo estudian la palabra sino que pasan
tiempo en su presencia. Aquel que busca a Dios para que sus palabras y sus pensamientos sean escudriñados, reconociendo que necesita ser transformado, es quien conocerá más profundamente al Espíritu que puede hacerlo.
Si no quieres que el Espíritu Santo cambie tu vida, tampoco lo conocerás mucho. Podrías tener muchos conocimientos teóricos acerca de él, pero no necesariamente lo conocerás en la intimidad. Cuando desnudas tu vida delante del Espíritu te sometes a un cambio radical en tu forma de pensar, hablar y actuar, además de recibir la manifestación de su verdadera naturaleza. Él te revelará su Espíritu si tu le desnudas el tuyo. Mientras más le abras el corazón, más te abrirá el suyo.
La oración "verdadera" es aquella que ocupa tiempo en contemplar a Dios y su majestad, la que verdaderamente transforma, no la que solamente repite vanas palabras. El cambio profundo comienza en el momento que llegas a sus pies y le dices: "Señor, soy una persona de corazón duro y lo sabes, no lo puedo esconder de ti".
Cuando estás delante de su presencia y le dices: "Señor tu conoces mi carácter, conoces lo que digo, conoces lo que hago, aquí estoy, cámbiame", expones tu vida a una transformación que gradualmente te llevará a conocer íntimamente al Espíritu Santo. Él busca en la intimidad a quienes demuestran anhelo por encontrarlo.
Aunque te cueste creerlo, no debes pensar solamente en cuánto lo anhelas tú a él, sino en cuánto él te anhela a ti:
«¿O pensáis que la Escritura dice en vano: El Espíritu que él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente?»
(Santiago
4:5)
Una parte de este Texto fue tomado del libro "En honor al Espíritu Santo" Escrito por el Pastor Cash Luna